El fundamento que sostiene el principio de la libre expresión es que, en un mercado abierto, las mejores ideas serán las ganadoras y, por lo tanto, subsistirán. Dichas ideas dictarán el pensamiento central de la sociedad “mainsteam”, convirtiéndose consecuentemente en normas socialmente entendidas e incluso leyes.
Considerando que las sociedades más avanzadas y productivas han priorizado el “mercado de ideas”, suscribo la relevancia de poder expresar libremente nuestro pensar. De hecho, muchas veces la libertad de expresión y el consecuente reclamo hacia los desequilibrios de poder, han derivado en un franco progreso socioeconómico.
Para soportar esta hipótesis, ¿qué hubiera sido de la emancipación afroamericana si Martin Luther King no hubiera pronunciado su célebre discurso “Tengo un sueño” ?, ¿y si a Mao Zedong no le hubieran permitido hablar sobre sus reformas “Gai Ge Kai Fang” que sacaron a millones de chinos de la pobreza?, ¿hubiera acabado la separación racial en Sudáfrica sin el reclamo de las injusticias del apartheid elocuentemente articulado por Nelson Mandela? Francamente no se sabe qué hubiera pasado, pero afortunadamente sí sucedió.
Por otro lado, hay quienes irónicamente han aprovechado su libre derecho de expresión para adueñarse del discurso social “mainstream” y mantenerse en el poder. Dichos embaucadores, una vez encumbrados, destruyen cobardemente las libertades individuales, eliminando la posibilidad de comunicación y diálogo. Estos engañosos, narcisistas y ególatras líderes se convierten en divisorios demagogos que incitan a la violencia. Como ejemplo tenemos a Hugo Chávez quien secuestró la libertad de expresión venezolana para posteriormente encarcelar al país. Otro más fue Donald Trump al causar un enorme daño a los medios de comunicación con su polarizada retórica.
Sabemos tanto del valor de la libre expresión, pero también de los enormes riesgos de una libertad sin límites. La mayor parte del mundo occidental ha optado por respetar la libertad de expresión consagrándola como prioritaria en su marco legal. Claro está, ha sido una línea trazada a través del tiempo matizada con múltiples enseñanzas. Un ejemplar modelo donde se garantiza la autodeterminación ciudadana es la Primera Enmienda de la Constitución de los EUA. Llegar a ese punto, no fue fácil e implicó muchos aprendizajes dolorosos.
El asunto es que la libertad de expresión es un tema democrático y ambivalente. Se puede usar para edificar, pero legalmente pierde validez al amenazar, intimidar, acosar e incitar a la violencia. El reto de saber dónde trazar la línea entre lo positivo y lo perjudicial es enorme y complejo, más aún en la era digital. Así es, en el ciberespacio los perfiles son anónimos, el ciberacoso está a la orden del día y la comunicación y propagación de la información es hiper veloz.
Sumándole una raya al tigre, es alarmante que el 77.2% de la población mexicana se nutra de información muchas veces falsa, sesgada y manipulada por ejércitos de “bots” pagados en las redes sociales. El hecho de que Facebook se haya convertido en nuestra plaza pública no es lo preocupante, pero sí lo es la manipulación de la información y contenido poco regulado de estas plataformas. Nuevamente, el gigantesco desafío es saber discernir. Pues bien, todo indica que, en esta era digital, las redes sociales ya no son un mercado libre de pensamiento, sino un campo de batalla propicio para “una guerra de ideas”.
En Internet existe un concepto llamado “cámaras de eco” donde las ideas son repetidas y amplificadas con una clara intención de polarizar. Un ejemplo de ello se vio en Filipinas cuando intentaron limpiar el corrupto nombre de la familia Marcos a través de campañas pagadas. Otro fue en EUA cuando, apoyados en la narrativa de Trump, mañosamente aumentaron la asociación entre inmigrantes y el peligro para el ciudadano americano. En México también se usaron “bots” para polarizar al país entre chairos y fifís, despertando odio entre ambos. Es una triste realidad cómo oscuros intereses financieros y políticos han hecho uso de la “guerra de ideas” para psicológica y estratégicamente manipular a ciertos grupos en las redes sociales.
Para poner en perspectiva la gravedad del asunto a nivel global, un grupo anónimo ruso empezó a alimentar de contenido falso a los pobladores de Crimea de ascendencia rusa inventando que las fuerzas militares ucranianas habían asesinado a un bebé ruso. La eficacia de dicho plan fue tal que logró la anhelada anexión de Crimea a Rusia, qué casualidad.
Así es, estoy diciendo que las nuevas tecnologías pueden amenazar procesos electorales enteros, crear problemas sociales inexistentes, manipular las divisiones geográficas y hasta son capaces de engañar a un sector grande para que piense que el aborto es moralmente correcto.
A la era digital no le importa la verdad ni la moral, solo le importa la atención de los navegantes porque así es como hacen dinero. Nadie está libre o exento de la guerra de ideas, pero habrá claros ganadores y perdedores. Fracasará quien se quede callado y se deje llevar, cual hoja en un río, por la corriente, amalgamándose con las estúpidas masas. Por otro lado, se salvará quien reconozca la manipulación detrás del contenido vigente y futuro en las redes sociales. Concluyo afirmando que, ahora más que nunca, será fundamental permanecer firmes en nuestras convicciones y en nuestros valores.