A pesar de haber provocado el mayor beneficio económico y social que la humanidad haya conocido, hoy en día el modelo económico capitalista tiene más detractores que defensores. Según los encuestados, el 56% de las personas opinan que el capitalismo genera más mal que bien. Es una realidad que el ideal capitalista, soportado en la hermosa moción de la libertad, al no ser capaz de dar respuesta a todos los problemas sociales, ha estado entrampado en un espiral descendente y ha sido el verdugo de su propia percepción. Más aún, es irónico que el sistema que ha probado ser el más efectivo para impulsar el desarrollo hoy enfrente una encrucijada: o se transforma a una versión más social e incluyente o seguirá bajo ataque.
Los números macroeconómicos que hablan en su defensa son contundentes. Por nombrar solo algunos, en 1800 el 85% de la población mundial vivía en extrema pobreza y el 40% de los niños morían antes de cumplir 5 años. En contraste, gracias al capitalismo y hasta antes de la pandemia, se pudiera afirmar que solo el 9% de los habitantes vivían en el primer quintil de pobreza y que el número de infantes que morían a temprana edad había bajado a 3.8%. Bajo el mismo argumento, en 1950 la mitad de la población vivía con menos de USD$2.00 al mes, cuando hoy solo el 13% está esa condición. Que quede claro que ese bienestar lo produjo el capitalismo, también acuñado neoliberalismo, no el avieso comunismo ni el perverso socialismo. El primero fue responsable de la muerte por hambre o disidencia política de cien millones de personas y al segundo se le imputa el mayor éxodo por cuestiones no bélicas de sus connacionales.
Claro, lo único absoluto es Dios y el capitalismo tiene sus diáfanas áreas de oportunidad siendo la desigualdad una de sus más criticadas sombras. Así es, so pretexto de recompensar a sus capitanes por el valor que generan, los ingresos de los CEOs en relación al trabajador promedio, crecieron de ser veinte veces mayores a más de 300 tantos superiores. Esto parcialmente ha dado como consecuencia que las 50 personas más ricas del mundo posean más recursos que los 3,800 millones más pobres. Caray, todo indica que la inequidad no es un asunto de generación sino de distribución de riqueza y algo debe hacerse antes de que se combierta en una bomba social.
Al respecto, los eruditos advierten que la falta de atención a la ingente brecha entre quienes tienen y los indigentes, se convierte en caldo de cultivo para mentiros líderes mesiánicos, populistas y totalitarios que avivan el odio, provocan división y generan una servil e inhumana pobreza. Pues bien, antes de que se sigan añadiendo países a la lista negra del totalitarismo comunista o socialista, se deben limar las aristas, encontrar un heroico arreglo y pensar en un renovado diseño del capitalismo.
Al respecto, Michael Porter subraya que en toda economía de mercado, más del 80% del capital lo genera la iniciativa privada. Siendo así, la respuesta a la desigualdad, sumada a la persistente pobreza y al agonizante medio ambiente, descansa sobre las empresas. Es claro que dicho capital, en colaboración con la sociedad civil, debe ser la piedra angular para esbozar un mundo más justo y sustentable. Pero también el Estado, con un espíritu colaborativo y deseablemente subordinado, debe estar presente y activo en el diseño, creación y moldeo de un sistema de bienestar que considere cambios estructurales, regulatorios y fiscales.
Volviendo al rol del empresario, el Papa Francisco sostiene que “es una noble vocación orientada a producir riqueza y a mejorar el mundo para todos”. Claro, es ese binomio virtuoso, generación de riqueza sí, pero con el encomiable mandato de saberse distribuidores de un bienestar social. Así es, la actividad del empresario es virtuosa siempre y cuando permita el desarrollo de otros y ponga al ser humano por encima de la rentabilidad.
Tocante a ello, el Vicario de Cristo sostiene que el pensamiento cristiano no es incompatible con la rentabilidad, pero sí cuando es a costa de todo lo demás. La cabeza del Vaticano advierte sobre las consecuencias éticas de un capitalismo salvaje, de la especulación financiera, del consumismo sin freno y del individualismo desmedido e indiferente al sufrimiento humano.
Como colofón, buscando el bien común y la universalidad de los bienes, los virtuosos empresarios tendrán que apalancarse en sus empresas para forjar un nuevo mapa de ruta para el capitalismo. Sin embargo, en ausencia de valores y virtudes, cuando sea mayor la voracidad y avaricia del empresario que su laudable llamado al bien común, entonces el rol del gobierno debe ser de un honesto y justo regulador. Con una visión positiva del futuro, confío en que el osado empresario, en su libertad, con la ayuda de la sociedad civil y la colaboración del Estado, será el virtuoso arquitecto rescatista de un capitalismo social, humano, trascendental e incluyente que de respuesta a los problemas sociales.