Un elemento central del Desarrollo Organizacional tiene que ver con uno de los mayores temores que nos acechan constantemente: el cambio.
La modificación de las cosas llega a ser necesaria para obtener mejores resultados, para responder más adecuadamente a los clientes y aprovechar las oportunidades del entorno.
Sin embargo, tenemos una resistencia natural, como parte de nuestro instinto de supervivencia, ante lo que consideramos como el riesgo de perder nuestra estabilidad o lo bueno que tenemos, o incluso por comodidad.
La frase del filósofo griego Heráclito “Nada es permanente, excepto el cambio” se ha convertido prácticamente en un cliché, aunque condensa una realidad muy evidente y que nos conviene usar a nuestro favor.
Desde que nacemos y hasta que morimos estamos cambiando, aunque tratemos de postergarlo: nuestros cuerpos se transforman, nuestra energía aumenta o disminuye con el paso de los años, y nuestro pensamiento evoluciona gracias a los conocimientos y experiencias que adquirimos.
Si así ocurre físicamente, ¿por qué queremos —y a veces llegamos a luchar por ello— que en nuestros ambientes de trabajo, o incluso en los hogares, todo permanezca intacto?
El cambio no es en sí algo bueno o malo, sino que trae consigo oportunidades y riesgos. Mientras que las experiencias negativas contribuyen a reforzar nuestra resistencia natural, seguramente también recordaremos mejorías en alguna situación.
Por otro lado, el cambio puede ser planeado y administrado, lo que permitirá mayor control sobre lo que tenga que darse, además de preparar a las personas involucradas a adaptarse. Ese acompañamiento es una de las principales funciones del experto en Desarrollo Organizacional.
Cuando se determina una necesidad, que implicará modificaciones en la manera de actuar, en las estructuras internas o algún otro aspecto organizacional, lo ideal es preparar a todos los integrantes del organismo para hacerlos partícipes y aliados de lo que viene.
Por ello, los fracasos ante el cambio tienen que ver con imposiciones o falta de socialización de las necesidades. Cuando los mismos colaboradores se dan cuenta de lo que hay que hacer y comprendan sus beneficios, tanto para ellos mismos como para la organización, se pueden convertir en grandes aliados de lo nuevo por emprender.
Lo anterior debe involucrar tanto a quienes tienen mayor responsabilidad o jerarquía hasta el del soporte más mínimo; es decir, a la organización en su totalidad, más allá de sus aspectos más visibles o del área específica donde se requieran las modificaciones.
En nuestro deseo de mejorar las cosas, hay que cuidar también de no perder aquello que funciona bien o que encierra un valor importante. Cambiar no significa necesariamente eliminar todo nuestro pasado, trayectoria o patrimonio, sino respetarlo, actualizarlo y tomarlo como base para llegar a la meta que nos fijemos.
Así, en nuestro desempeño constante podemos ir aprendiendo a lidiar positivamente con el cambio, enfocados a donde se requiera implementar.